10 de diciembre de 2009

El Libro Negro

Me pidió que tomara de la biblioteca el libro que quiera y me llamó la atención que, entre tantos, uno no tuviese su nombre, ni el del autor, en el lomo. Con resignación lo tomé.
Durante días, olvidé completamente que lo llevaba conmigo. No fue hasta que, en un truncado intento de sacar mi cuaderno de la mochila, me topé con la distintiva trama de su cubierta de cuero. Lo abrí al azar, rogando encontrarme con las líneas que me convencieran de comenzar inmediatamente la lectura. Pero no fue así. En la página 114, se leía:

“No me sentí cómodo con la idea de pasar casi toda la tarde de un sábado debatiendo sobre aquel libro, sin embargo la acompañé. No abrí la boca en toda la tarde, no quería que descubrieran que no era de mis lecturas favoritas. Todos se mostraban muy entusiasmados por exponer sus puntos de vista, yo me limité a ocultarme tras una timidez afectada. Terminado el encuentro, nos quedamos unos minutos más, por insistencia del anfitrión. Y, luego de una extensa charla, llegó el momento de confesar.
–No soy devoto de la literatura fantástica –le dije, a lo que me propuso:
–Para el próximo encuentro ¿qué te parece si vos elegís la novela?
–Ése es otro inconveniente –agregué –, no he leído muchas novelas, y, de las pocas que leí, no me atrevería a proponer ninguna.
–Está bien. Hagamos una cosa, en aquel mueble están las novelas, elegí una, la leés, y la semana que viene me contás cómo te fue. Si te gustó, la usamos para el próximo debate.
Recorrí la biblioteca con la mirada y me detuve en un libro de cuero negro, sin rotular.”


Interrumpí bruscamente la lectura. Fue frustrante advertir que se trataba de literatura fantástica.

1 comentario:

  1. que evolución...

    sin mas,
    hay un relato q me hace acordar, pero ahora no se me viene a la mente cual,
    uno de un sillón verde.

    te quiero

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